Hacia una nueva relación hombre Dios
Texto vinculado al articulo "La naturaleza de la conciencia"
En el acervo popular la idea de Dios es de modelación
personal. Ha estado forjándose desde siempre, por años, asentándose en el corazón y creciendo en la mente de los individuos a
partir de la niñez. Han cincelado el concepto aportes culturales, educativos, familiares y
sociales, así como factores tan distintos como el miedo, la impotencia, las
carencias cuando nacidas de las imperfecciones humanas; del amor, la
espiritualidad, el bien, cuando han venido de las aspiraciones superiores del
hombre.
Ahora, y como resultado de esta
mezcolanza, nos encontramos con que los hombres
hemos configurado un Dios absurdo, que nos ha hecho libres pero sometidos, que permite el sufrimiento pero
consuela, que juzga a seres que no tienen plena responsabilidad de lo que hacen ni de lo que son. Hemos ideado en nuestra vida diaria un Dios disparatado. Las religiones, por su parte, lo han
calificado como intocable: intocable El y también intocables los absurdos que
se le asignan.
Ante las dudas que pudieran surgir por lo expresado en el párrafo anterior juzgo conveniente reafirmar que acepto la existencia de Dios como un hecho de conclusión final de caracter deductivo, convicción
que se basa y se ratifica en varios artículos del blogg pero que se enraíza
en mayor profundidad en “la Naturaleza del
Universo”, texto por publicarse.
Es indispensable, desde otro enfoque, actualizar el pensamiento trascendente iluminándolo ahora con el concurso de la ciencia moderna, actividad considerada durante un tiempo no solo el mayor obstáculo, el mas connotado oponente, sino el rival a vencer desde la fe. Dado el cúmulo de aportes científicos al origen del universo y al desarrollo de la mente es hora de revisar las relaciones con Dios.
Podemos sobrevolar por todo aquello que refleja nuestras febles
condiciones naturales, el ramaje que obscurece el análisis. Lo que está claramente prohibido por la sindéresis es
ignorar la grave contradicción entre libertad individual y predeterminación
(determinación, plan de Dios, o conceptos afines), ideas que reposan juntas en nuestra memoria cultural pero que carecen
de consistencia lógica. ¿Acaso no nos
damos cuenta de que son excluyentes? ¿Que
se aniquilan entre sí? ¿Que no pueden coexistir?
Por consiguiente hemos de optar por una de las dos. Con la circunstancia de que al optar estamos haciendo uso
de la libertad interior, por lo tanto, la decisión, como acto de libertad indiscutible,
excluye de facto y definitivamente a la
otra alternativa determinista que así se vuelve inaceptable.
Somos libres y por consiguiente no podemos convenir en que
nuestra existencia esté planificada por Dios, lo cual lo digo no como un acto de rebelión
sino de consistencia. Esto es lo que nos toca concluir a los hombres sin que signifique nada mas que un acto basado en nuestras capacidades de reflexión.
Si Dios interviniera en el destino humano estaría dando
muestras de incoherencia. Después de haber creado un caos original como forma
de garantizar la libertad de todas las cosas y luego de permitir que la aleatoriedad sea
el camino independiente del desarrollo de la naturaleza, no es coherente violar
el esquema elegido. Esta clase de absurdos son vicios de los hombres caprichosos, que no
puede endosársele a Dios.
Decir y sostener que somos libres obliga a reexaminar nuestra relación con Dios. ¿Es que
la libertad rompe todo vínculo con Él? No, en modo alguno. Las consideraciones siguientes ayudan a
sincerar la cuestión.
Pero para hacerlo tendré que hablar del problema de la existencia. Si estamos de acuerdo con que las cosas existen cuando están en un lugar durante un tiempo, tendremos que aceptar que la conciencia es un caso especial porque no cumple la regla. Su presencia en el hombre es aceptada como un conocimiento de accesión directa. Es el único conocimiento que no pasa por el sistema sensitivo primero contradiciendo de este modo los criterios aceptados sobre la ruta que sigue en el hombre esta actividad.
Pero para hacerlo tendré que hablar del problema de la existencia. Si estamos de acuerdo con que las cosas existen cuando están en un lugar durante un tiempo, tendremos que aceptar que la conciencia es un caso especial porque no cumple la regla. Su presencia en el hombre es aceptada como un conocimiento de accesión directa. Es el único conocimiento que no pasa por el sistema sensitivo primero contradiciendo de este modo los criterios aceptados sobre la ruta que sigue en el hombre esta actividad.
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La conclusión, fría pero necesaria, se resume en que algo que
está en nuestra mente, sin someterse a las reglas de la existencia, es algo que
no pertenece al mundo convencional y real de las cosas que existen.
Es algo relacionado con Dios pues, pese a toda la
badulaquería inconsistente concebida al respecto, nunca demostrada, no existen mundos intermedios.
La conciencia es por consecuencia, Dios en nosotros.
En la mente humana se produce una interfaz entre los
productos de la mente catalogados como conocimientos, imágenes y recuerdos y la conciencia o presencia pasiva de Dios, que
los refleja según lo queramos o no, es decir, a nuestra voluntad. El reflector,
que no tiene acotaciones espaciotemporales, refleja todo lo que se le presenta,
sin defecto ni límite de ninguna clase, límite que si actúa, en cambio, sobre
los productos de la mente mencionados como conocimientos, imágenes y recuerdos.
La conciencia es una parte de Dios en nosotros, aquella que
logramos captar. Es de este modo que obtenemos la racionalidad. Así, Dios delicadamente
se presta para que podamos acceder a un
nivel superior.
Una inquietud válida
es aquella que pregunta: ¿ porqué está Dios en nosotros?. Seguida de la
respuesta escolar tradicional: está en todas partes porque el espacio no es una
restricción para El, como no lo es el tiempo. Por lo que se deduce que es el hombre quien logra captarlo
a través de su evolución neurológica. El lo permite.
Idea que anula el pensamiento de que Dios se nos ha dado a conocer en acto preferente.
Idea que anula el pensamiento de que Dios se nos ha dado a conocer en acto preferente.
Si Dios es justo, por qué habría de negarse a unos y
mostrarse a otros. Tal conducta lo convertiría en un Dios injusto.
Entonces llegamos a un hombre libre que ha logrado su racionalidad por su desarrollo neuronal
evolutivo, tarea en la cual ha estado en tácita competencia con los seres del
universo.
Un hombre así entendido debe responder de acuerdo a su
conciencia y libre albedrío sobre todos
los temas que le afectan. Conflictos tales como el pecado, el aborto, la
eutanasia, y cualquier otro dilema, debe resolverlos el hombre sabiendo que
siempre está en la presencia de Dios y que a pesar de que El no interviene en
las decisiones que tome contribuye
dándole la capacidad de distinguir según su acervo de conocimientos culturales,
educación etc.
A Dios le debe el hombre su condición de rey de la
naturaleza y debe responder por ella ante su conciencia, es decir, en su
intimidad, frente a sí mismo, y ante El
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A la hora de la muerte será el mismo hombre el que verá
pasar su vida memorizada, ante su Supremo Reflector. Recordará sus decisiones, si estuvieron o no enmarcadas en el bien.
El hombre se juzgará
a sí mismo.