viernes, 6 de mayo de 2011

Naturaleza de la Libertad

La mejor manera de entender este texto a cabalidad se logra mediante la lectura previa del artículo “La naturaleza de la conciencia”, en este mismo blog. Para los que no deseen hacerlo les resumo lo necesario de su contenido en el siguiente párrafo:

Allí se habla del mecanismo de la racionalidad que propone la presencia de un espejo reflector en nuestra actividad mental, en el cual se miran nuestras manifestaciones mentales: recuerdos, imágenes, conocimientos de variadas fuentes y clases y de cómo el hombre selecciona y escoge algunas de ellas que considera importantes y merecedores de atención, para un proceso de pensar y volver a pensar, que es lo que define la reflexión, la misma que tiene como meta final llegar a un conocimiento cercano a la verdad o a la verdad misma cuando esta está al alcance del hombre.

La selección que menciono de ciertos conocimientos con la intención de seguirlos trabajando en la mente dentro de una reflexión es ya un acto de libertad interior necesario para alcanzar la racionalidad. Que esta decisión esté supeditada a criterios lógicos, estudios específicos, costumbres culturales, intuiciones, propensiones u otra cualquiera condición personal admitida por el individuo es otra cosa que no afecta al acto electivo.

El primer acto de libertad está ligado, entonces, al primer acto de raciocinio. Por este origen común se ve que la libertad y la racionalidad van unidas en el hombre y se apoyan de tal manera que la una sin la otra no es factible.

La naturaleza de la conciencia y la naturaleza de la libertad parten y se basan en la acción de un espejo reflector cuya presencia no tiene explicación en la función neural del cerebro, y que por el conjunto de argumentaciones hechas en la “Naturaleza de la Conciencia” concluimos que es el aporte pasivo de Dios a nuestra racionalidad. Aporte que ahora extendemos a nuestra libertad.
Las dos manifestaciones son estados del hombre. Son parte de su ser, están juntas indisolublemente: El estado de razón supone y necesita de un estado de libertad.

Es por lo tanto una cualidad que obra en la intimidad al momento de reflexionar. El hombre percibe su capacidad de decisión por medio de la conciencia, es decir que mira en su espejo interior las diferentes opciones que el espejo-conciencia refleja de acuerdo con los datos que ha recibido del mundo externo, o de la memoria entendida esta como almacen somático de conocimientos, y decide. Por lo que la libertad está indexada directamente con la variedad de los recursos mentales disponibles.

De aquí se concluye que el ser humano no es mas libre que la gama de alternativas que le ofrece su bagaje de recursos personales representados por sus sensaciones del mundo exterior, la imaginación, la memoria, los conocimientos, los estados de ánimo, las combinaciones de ellos manejadas por la inteligencia y en general de los productos mentales operativos sopesados. Es obvio que no se puede elegir sobre lo que se desconoce, sobre lo que se olvida, sobre aquello que no se puede imaginar: Se lo hace entre lo que está presente en el espejo reflector interior al momento de la decisión.

Por esta vía los hombres han llegado a criterios comunes a los que se afilian casi ciegamente, los que, sin embargo, son de aplicación diferente en diversas culturas. La libertad siendo de fuente común universal, en el terreno práctico es de interpretación personal, cultural, étnica, etc. Si bien todo hombre es consciente de su libertad interior, el ámbito de ella es propio de cada persona.

Es penoso que algunos hombres estén limitados seriamente por escases de recursos intelectuales o inclinados por propensiones sociales o genéticas. Mas nunca están obligados o violados en su estado de libertad interior que permanece en toda circunstancia intacto. En conformidad con ello deberá siempre responder por sus actos.

Una segunda clase de libertad, objeto de loas y críticas, es la llamada libertad exterior. En el mundo el hombre actúa, escoge continuamente aquello que puede. Por ello en múltiples ocasiones es sujeto de un conflicto entre su estado interior y sus posibilidades de acción que Rousseau resumió con la célebre frase “El hombre ha nacido libre pero por todas partes lo veo encadenado”.

Esta segunda libertad debe hacer frente a un conjunto de restricciones físicas, morales, de conveniencia social, de normas vigentes, económicas, religiosas, etc. Es aquí donde hay controversias, unas veces porque los protagonistas confunden los campos de acción de la libertad, otras por conveniencia personal y/o situaciones de dominio.

Es apropiado decir que hay una diferencia grande entre las dos libertades: la interior es completa, admite una abstracción de idealidad, sus límites, que los tiene, son los de la naturaleza humana, que muchas veces condicionan la libertad exterior en la que datos imperceptibles provenientes de la libertad interior se han incorporado al hombre como parte sustancial de su ser actuante. Esto es, un conjunto de pre decisiones sobre temas vitales que, añadidas a otros datos no optativos del ser como su presencia física, su psiquismo, su acervo de costumbres, su inteligencia etc, configuran lo que llamamos individualidad.

El conflicto entre las dos clases de libertad se hace visible en temas controvertidos, en especial cuando un hombre, una agrupación menor o una sociedad nacional disfrutan de la libertad exterior común en provecho propio, personal o de grupo, imponiéndose sobre el grupo social en base a predominios, pero en desmedro de la libertad de individuos y agrupaciones.

Una forma camuflada de injusticia en la que los ofendidos defienden a su ofensor porque confunden los ámbitos específicos de cada libertad.

martes, 15 de marzo de 2011

Importancia de Dios para el hombre del siglo 21

Hablar de la importancia de Dios para el hombre parece un desatino si no establecemos ciertas premisas que ayuden a sostener una argumentación sustanciosa. No olvidemos que la pregunta busca una conclusión y esta requiere de varias consideraciones previas.

El punto de vista que desarrollaré prescinde de lo religioso, no contaré con los recursos clásicos que vienen de esa cosmovisión ya que mi mayor anhelo es desenvolverlo ajustado a un juicio de razón.

Por la ruta de la razón que escojo, la primera cuestión es dilucidar si existe o no el objeto sobre el cual voy a discutir. ¿Existe Dios? La respuesta deberá ser positiva si deseo proseguir, de lo contrario aquí terminaría este intento. Debo saber una respuesta y debo estar en capacidad de defenderla si acaso enciende una polémica. Pues si, conozco una respuesta positiva, es la misma que propuse hace tiempo ya en este mismo blog con el mismo título.

Se que Dios existe, note el lector que no digo “creo”. Lo afirmo porque soy consecuente con la argumentación que propongo en el artículo mencionado que la considero convincente. Mas aún, confiado en la bondad de su ensamble teórico, asumo que tengo el salvoconducto para pasar adelante.

Hay dos cuestiones que chocan: de un lado está la certeza de que Dios existe y, de otro, la realidad de una existencia azarosa, conclusión, esta última, que se basa en lo que dicen las ciencias modernas.

Por un lado una certeza fundamental, por otro, la conclusión de una ciencia exitosa que dice que no le debo nada a esa certeza. ¿Como puede darse una relación entre dos basamentos de tan opuesto origen?. O, si la hay, ¿de que clase debería ser, como sería funcional? ¿Hay un vértice común? Este es el verdadero enigma moderno.

Pero, el conflicto resulta solo aparente cuando se lo analiza a la luz de la naturaleza del universo que nos dice que el cosmos comienza en el caos de manera azarosa, pero que ese caos original, esto es muy importante, “no tiene fuerza física ni lógica para existir por si mismo”, no es un hecho auto suficiente, todo lo contrario, es un desorden cuántico completo que busca y necesita un desordenador competente, de la talla de un Dios creador, creador de un desorden perfecto para el caso.

Va a parecer curioso este giro pues siempre se habló de un Dios ordenador. Por su parte, dice la ciencia que ya no es necesario un ordenador porque la naturaleza es la forjadora de las leyes que rigen el cosmos.

El caos original es de carácter físico, me refiero al conjunto errático de partículas subatómicas que maneja la física cuántica. Este caos, que en un principio es necesariamente creado por un ser superior, consigue sobrevivir incluyéndose en el universo real, como huésped con reglas propias en casa ajena.

Aunque no quiero elucubrar y a riesgo de errar, en el afán de buscar explicaciones a las cosas, entiendo que Dios quiere obrar con suprema justicia, para lo cual escoge ese camino como medio para dar oportunidad a que cualquier cosa pueda emerger y para que lo que emane de ese caos, al ser un resultado aleatorio, sea libre y no tenga dependencia alguna hacia el medio del cual ha salido.

Le debemos a Dios, según esta manera de explicar, la oportunidad de ser, ya que sin ella no fuéramos, mientras que por ella somos. Recibimos el premio adicional de la libertad, imposible de entender de otra manera. Solo un Dios pudo demostrar así su omnisciencia, su todo poder, su inmaculada justicia y su infinita bondad.

Libertad que deja en nuestras manos la potestad de reconocerlo o no; de aceptarlo como ente superior pero sin vínculo con nosotros, fórmula que vemos en el mundo de hoy; o reconocer que su intervención en el origen del universo es suficiente para sugerir nuestra filiación, nuestra gratitud, respetarlo e inclusive amarlo cuando aceptamos que la relación afecta a nuestra sensibilidad.

Somos seres especiales, gozamos de un mecanismo propio para el mejoramiento contínuo de nuestra capacidad, hablo de la reflexión, cuyo funcionamiento se explica en el texto denominado “Naturaleza de la Conciencia”, que se halla en este mismo blog. A través de el entendemos que estamos dotados de los medios necesarios para aspirar a la perfección, apoyados por la presencia de Dios, cuya imagen final la intuimos.

Allí nos enteramos, también, de la delicada y respetuosa presencia permanente de Dios en nosotros, así como en todas las cosas, y de cómo colabora con el hombre. Presencia que hace viable nuestra racionalidad por lo que hay razón suficiente para considerarlo indispensable.

En resumen, Dios no nos crea pero hace posible nuestra existencia y luego nos acompaña en acto de bondad, sin intervenir, para que logremos el estado de razón y libertad del cual hacemos gala en el mundo.

Es cuestión de decisión personal el nivel de relación que decidamos porque la forma como hemos alcanzado la existencia no nos ata, al contrario, nos confirma como libres, libertad que podemos emplear inclusive para desconocer a Dios
Continua con "Nueva relación entre el hombre y Dios" en este mismo blog.