domingo, 15 de noviembre de 2009

Llegar a Dios por fe o por razón

La mayoría de los hombres deciden sobre la afiliación a una religión sin una razón específica, sin elaboración previa, en acto de simple aceptación. La tradición, la costumbre, la educación, el miedo influyen en una decisión que se toma sin mayor escrutinio, o se oponen a la religión por argumentos de modo, circunstancia o formas de concebir la vida.

En ambos casos las decisiones acusan un alto grado de irresponsabilidad para con el tema de mas trascendencia en la vida. La existencia o no de Dios, plasmada o no en una relación personal o religiosa es crucial para la decisión sobre el estilo de vida y para el futuro personal. Aceptarla o negarla sin bases es inadmisible en estos tiempos de sin igual desarrollo de la razón.

Algunas mentes juiciosas encuentran la fe como oprobiosa pues su carencia de racionalidad la hace inaceptable. Sin embargo pronto concluyen que la solución a los problemas de la vida no está en el simple creer o no creer, ya que a pesar de los esfuerzos subsisten interrogantes sin respuesta racional, que la religión de alguna manera explica, que, fuera de ella, permanecen latentes y, fundamentalmente, porque el hombre no ha encontrado soluciones inteligibles para explicar la naturaleza del mundo, ni para comprenderse a si mismo y a su propia naturaleza.

Negada la fe como opción aceptable, hay que buscar algún modo de entender el universo y la vida. Surge entonces la necesidad de discutir el tema razonadamente, para lo cual se ha de esclarecer como primer paso la existencia de Dios.
Si la respuesta que encontremos es afirmativa podemos aceptar o no una relación mediante el uso de nuestro libre albedrío. Si aceptamos a Dios, habrá que contar con el, pergeñar la relación, estudiar los límites de la relación. Pero si nuestra conclusión es que Dios no existe, si es a eso a lo que llegamos intelectualmente, tendremos que considerar que la religión se reduce a un gran placebo.

No son aceptables posiciones intermedias como la de aceptar la existencia de Dios pero negarle un vínculo. O la de considerar un Dios restringido a cualidades limitadas al estilo humano. Peor todavía admitir la existencia de un Dios despreocupado, indiferente. Si aceptamos como válida la idea de Dios debemos tratar de comprender lo que significa, hacer un esfuerzo para entenderlo, aunque sea por aproximación, en base a la proyección de cualidades humanas llevadas a la perfección. Ello nos hará ver que es inaceptable la figura de un Dios sujeto de pasiones, despreocupado, desleal.

La reflexión personal, el medio con que cuenta el hombre para dilucidar la existencia de Dios resulta insuficiente para una tarea tan compleja pues implica conocimientos y saberes de muchos órdenes en un mundo en el que se ha penetrado como nunca en los secretos de la naturaleza. Si se quiere que estos avances nos den pistas o caminos, no solo obstáculos como desgraciadamente esgrimen algunos medios, ha de apoyarse necesariamente en el esfuerzo de la comunidad, en especial de la científica. Allí juega un papel de primera línea la ciencia en sus funciones de recopiladora del saber y guía hacia el conocimiento verdadero.

La Física lleva la iniciativa cuando propone explicaciones para el origen del cosmos, la Neurología le sigue cuando devela parte del quehacer de la mente humana. Las dos avanzan a grandes pasos desarrollando aspectos accidentales, no logran adelantar en lo medular, van sin querer hacia callejones sin salida por la ausencia de nuevas teorías que señalen el camino. Estamos estancados desde principios del siglo pasado cuando se propusieron las últimas grandes ideas, vigentes hasta ahora, pero ya insuficientes.

La primera abrumada por un universo cuántico, lógicamente absurdo, impugna la causalidad sin dejar reemplazo convincente, nos deja en el limbo; la segunda, entretenida en el examen del cerebro, en la comunicación sináptica, en la ubicación de zonas especializadas, en su química y en el entendimiento de los complejos circuitos neuronales, apenas puede esgrimir como hazaña el descubrimiento de la plasticidad neuronal base del funcionamiento de la memoria animal, sin indicios de avanzar en la dirección de la reflexión. Las dos explican muchas cosas, deslumbrantes asuntos, pero no aportan a los temas trascendentales: el origen del universo y la racionalidad del hombre.

Por ello, aprovecho esta oportunidad, mi propia incertidumbre, para trabajar en la búsqueda de una respuesta satisfactoria que, una vez lograda, si esto sucede, espero sea clarificadora para otras personas.

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